3/04/2011

El ataque de los parásitos



Laura, de abundante cabellera rubia, iba sentada a la mitad del microbús cuando se dio cuenta de que la pasajera del asiento de enfrente tenía una colonia de piojos viviendo en su cabeza. Los parásitos brincaban de pelo en pelo ante los ojos de Laura que vislumbraba con temor su plan de ataque.

Junto a la colonia, un joven de afro prominente, idilio piojil sin lugar a dudas, movía la cabeza en un intenso solo de guitarrita de aire. En un enfrenón su fecunda melena se acercó lo suficiente para que los piojos, cual Laura había imaginado, cruzaran con facilidad a ese fantástico bosque capilar.

–Chicos, ¡este lugar es estupendo! Rico en escondites y sangre, además, nos da un alcance genial para conquistar el universo –Laura los oyó decir.

El conductor continuó guiando el micro hacia cada bache del Camino Real de Santa Fe. Tras una serie de enfrenones, el temor de Laura tenía ya un claro fundamento: en unos cuantos kilómetros los piojos habían conseguido invadir a tres cuartas partes de los pasajeros.

Recordó el piojicida ardiendo en su cabeza y las torturas chinas de peine fino a las que la sometía su madre de pequeña para erradicar las liendres; el tronido de las uñas maternas partiendo en dos a los hábiles parásitos, los cadáveres untados en la toalla blanca. Laura sintió a los exploradores en su cabeza, los vio moviéndose en ella como cuando tenía seis años.


Su muerte fue instantánea, Aunque su cuerpo rodó varias veces en el pavimento. El terror había ganado la batalla, sin embargo, su abundante cabellera no mostró evidencia de haber sido conquistada