9/23/2011

Instrucciones para disfrutar la embriaguez

Lo primero a elegir es la sustancia con la que usted habrá de embriagarse. Sea que prefiera su licor de costumbre, algún gas exótico o un sentimiento, procure enajenarse con sus efectos en soledad o en la compañía de seres de su completa confianza. De esta forma, si la embriaguez se torna en una ‘mala copa’ no lo resentirá tanto al día siguiente.
Si usted ha alcanzado esa edad en la que el cuerpo comienza a dar sus primeras quejas, le sugiero prevea e ingiera una ranitidina para evitar las típicas agruras propias de la borrachera, o en su defecto, si ha elegido embriagarse con un sentimiento, que tenga las precauciones necesarias para no arrepentirse de nada a la mañana siguiente (deje el número de la ex novia/o lejos del alcance de sus manos).
Sin embargo, para realmente entregarse al placer de la embriaguez, lo más recomendable es que haga caso omiso a lo que este texto indica, ya que se ha demostrado que para alcanzar los estados epifánicos, de profundización y escape, que suelen buscarse con la embriaguez, lo mejor es perder control absoluto sobre sus actos y vomitar, lo que sea necesario vomitar.

5/30/2011

De ánimo japonés o en busca del zen perdido


Adiós en primavera
Lágrimas lila
anuncian tu partida
de jacaranda.





Para Rojo y sus congéneres
Felpudo móvil
veloz mueve la cola:
amor canino.




La enredadera,
escudo de mis muros,
diurna me abraza.





Señales del estío
Lluvia diamante
con el rayo de la tarde
acaricia la tierra.



Melancólica
En el invierno
se nos cuela la luna
por la mirada.

4/18/2011

3/04/2011

El ataque de los parásitos



Laura, de abundante cabellera rubia, iba sentada a la mitad del microbús cuando se dio cuenta de que la pasajera del asiento de enfrente tenía una colonia de piojos viviendo en su cabeza. Los parásitos brincaban de pelo en pelo ante los ojos de Laura que vislumbraba con temor su plan de ataque.

Junto a la colonia, un joven de afro prominente, idilio piojil sin lugar a dudas, movía la cabeza en un intenso solo de guitarrita de aire. En un enfrenón su fecunda melena se acercó lo suficiente para que los piojos, cual Laura había imaginado, cruzaran con facilidad a ese fantástico bosque capilar.

–Chicos, ¡este lugar es estupendo! Rico en escondites y sangre, además, nos da un alcance genial para conquistar el universo –Laura los oyó decir.

El conductor continuó guiando el micro hacia cada bache del Camino Real de Santa Fe. Tras una serie de enfrenones, el temor de Laura tenía ya un claro fundamento: en unos cuantos kilómetros los piojos habían conseguido invadir a tres cuartas partes de los pasajeros.

Recordó el piojicida ardiendo en su cabeza y las torturas chinas de peine fino a las que la sometía su madre de pequeña para erradicar las liendres; el tronido de las uñas maternas partiendo en dos a los hábiles parásitos, los cadáveres untados en la toalla blanca. Laura sintió a los exploradores en su cabeza, los vio moviéndose en ella como cuando tenía seis años.


Su muerte fue instantánea, Aunque su cuerpo rodó varias veces en el pavimento. El terror había ganado la batalla, sin embargo, su abundante cabellera no mostró evidencia de haber sido conquistada

2/24/2011

La línea muerta

Ayer comprobé que no he terminado mi tesis porque no he querido. El síndrome del deadline me tiene tan aprisionada que, como no tengo un deadline, lo dejo estar. Atiendo lo urgente y no lo importante. Me preocupo en vez de ocuparme.

Aniversarios e liuminaciones

Hace un año emprendí un viaje. Ahora, sin moverme, emprendo otro distinto. Decía llena de sabiduría la maestra Lupita D'Alessio: hoy voy a cambiar. Seguiré su ejemplo.

2/15/2011

Destino



Bonita, ¿te leo la mano? Anda, anímate, repitió la anciana mientras me quitaba los audífonos. ¿Perdón?, dije despistada. Déjame leer tu destino, contestó ella mientras me sujetaba el brazo. Me zafé de su agarre y seguí mi camino.

¿Cómo podría leer mi destino? Tendría que estar escrito y estaba segura de que lo iba escribiendo yo con cada paso.

Subí los decibeles a los Buzzcocks y caminé por Tlalpan hasta Xola. En un garage me detuvo una mujer baja, de unos 70 años. Me quité los audífonos y le pregunté que qué me estaba diciendo. Sólo atiné a entender “destino” entre las palabras masticadas por su dentadura postiza. ¿Qué?, le dije. No tiene importancia, contestó con vigor, ya no tiene importancia, es demasiado tarde.

Seguí de largo y cuando iba a entrar a la estación de metro me empujó otra mujer. Levanté la cara, con ojos de navaja por la molestia, con ganas de cortarla de una mirada y entonces vi que ella era yo. Su cuerpo todavía me envolvía y tras un instante de total estupefacción, sentí un filo que salía de su chamarra, penetrándome justo en la boca del estómago. Me abrazó mientras caía. Era ella la de los ojos de navaja, era ella la que me cortaba con su mirada.

El dolor me embargó un segundo, después vino el miedo. No me tembló la mano para lastimarme a mí misma, ¿qué me había pasado? Me dejó en el piso y siguió su camino, sin compasión alguna, con los audífonos puestos, ensordeciéndose con los Buzzcocks como lo había hecho yo hacía solo un momento.

1/04/2011

Etiquetando



Dentro de la reestructura propia del nuevo año me puse a revisar papeles, archivar, etcétera, etcétera. En un punto, cuando tenía varios sobres manila en la mesa y chorrocientos mil folders en los archiveros un recuerdo me asaltó.

Cuando era chica tenía una costumbre que le parecía muy excéntrica a mis amigas. Una de esas cosas que te critican y critican hasta que dejas de hacerla, y que, 20 años después viene a morderte la cola (no puedes negar quién eres, yastá, hagámonos a la idea).

Cuando tenía unos ocho años, solía ponerle etiquetas a todo. No etiquetas así nada más, blancas, no, eran etiquetas que yo hacía, con dibujos y diseño (muy propio de una niña). El caso es que mis cajones decían, por ejemplo: calcetines, ropa interior, blusas, papelería, cuadernos, lápices. Y mis amigas me decían que si era tarada o qué rollo, que si no podía acordarme de qué iba en cada cajón o a cuento de qué le ponía nombre a todo. Yo contestaba que me gustaba hacer etiquetas, aunque la verdad no tenía nada que ver con eso.

Y como yo era una tarada (lo sigo siendo) y de por sí estaba acomplejadísima con el asunto de que usaba palabras que nadie usaba, expresiones que les parecían arcaicas y demás, pero que se usaban en mi casa y eran para mí lo más natural, dejé de hacerlo. Una mañana arranqué las etiquetas de mis cajones y no volví a ponerlas nunca.

Ahora me queda clarísimo que es parte de quien soy. Sí, necesito etiquetar todo porque hoy me acuerdo, pero mañana no sé si me acuerde de dónde iban las cosas. Etiqueto en un afán por conservar el orden, por controlar el caos que me rodea (porque aunque pueda parecer lo contrario, el caos y yo llevamos varios años de amistad).

El problema está, claro, en que hago lo mismo con otras cosas. Quiero meterlas en sobres, saber qué son antes de explorarlas, definirlas antes de entenderlas y eso sí es algo que me tengo que quitar. ¿Otro propósito de año nuevo? No sé, ya se verá...