9/28/2009

A ti que todo lo llenas...

La primera vez que nos vimos, yo era otra. Era creyente de chispas y máquinas de escribir parlantes; de poemas de parasoles y aventuras de gigantes. Medía, quizá, poco más de un metro y mi actividad favorita era siempre imaginar que estaba en otro tiempo.

Ya desde entonces sabía, aunque de forma instintiva, que de tu hechizo era imposible salvarse. Me quedó claro, desde el principio, que eras una hechicera poderosa y que tu alquimia no sólo era de temerse, sino de esperarse.

Nuestro primer gran encuentro corrió a cargo de Michael Ende. Aunque nos habíamos visto antes, no fue sino a hasta ese momento que comprendí cabalmente lo que significaba tenerte. Tendría yo ocho años, como mucho, y lograste enamorarme apasionada con las páginas de La historia interminable. Nos tocábamos hasta altas horas de la noche, en las que yo, labios palabra, silenciosamente recitaba cada una de tus frases, mientras me acariciabas suave con tu papel y me dejabas sedienta de un párrafo más, una línea más, una palabra.

De ahí en adelante nunca pude dejarte. Me convertí en una adicta que para todo quería buscarte. Te perseguí por los rincones de la casa, en los altos estantes, en los libreros fraternos, en las ferias, en las calles. Toda letra era una clave de tu paradero y yo no detendría mi ardua búsqueda hasta encontrarte.

Te integré a mí en los poemas de Benedetti, inmóvil al borde del camino, con la página suelta de No te salves en mano; te incorporé amor cuando Sabines supuso mejor; te aprendí soneto con Sor Juana; y quise escribirte voladora cuando Neruda me dijo al oído que para tu libertad bastaban mis alas.


Me hiciste mujer con Vilariño cuando desde el pozo asfixiante del recuerdo decidí llamarlo; te intenté asir en Aura y amar en Rayuela; te conocí adolescente en Kundera e ilustrada en la piel de Bradbury; campo mexicano en Rulfo y profunda ceguera en Saramago.

Lo nuestro era literario, un romance estético y poderoso que debía ser cronicado. Si te escondías, yo daba con tu esencia entre mis dedos cuando, pluma en mano, te buscaba en cartas y cuadernos. Recuerdo nuestro primer intento mecánico, cuando con la Olivetti de tecla durísima, te quise conquistar con historias de terror y poemas románticos; cuando te miré a los ojos y decidida tomé el camino de la palabra.

Entonces no me había dado cuenta del influjo de tu presencia en mis actos, te creía elección y no sino; sustantivo y no verbo continuo. Sabía que quería entenderte, saberte de otra forma, explorar tus encantos con ojos y labios, recorrerte completa y hacerte parte de mi cotidiano.

Por eso te dediqué cuatro años. Por eso decidí hacer todo a un lado y dejar que me hechizaras con el Polifemo; que me enseñaras a ser erótica con San Juan y me convencieras con las palabras de Diego de San Pedro. Dejé que me hundieras en el abismo de Beckett, que me mostraras el fracaso en Cervantes, que me hicieras llorar con Manrique, que me dieras dolor de espalda con Amalia y La Araucana, me enloquecieras con Aurelia y me hicieras creer inteligente con la teoría literaria.

Te permití enseñarme cómo es la vida y cómo es necesario sufrir para vivirla. Y tuve miedo de ti, de mí y de lo que haría. Inocente pensé que sin ti sobreviviría. Ilusa mocosa, te dejé en los fríos salones, en los pasillos olor de libros, en los escondites, los lugares. Pensé que sólo eso te pertenecía, unos años, unos cuentos tontos, un par de amores cruzados y por eso sufrí aún más al verte desaparecida y yo necesitada de tenerte entre mis brazos.

Te busqué en Murakami, te reencontré en Pessoa, dejé que me hicieras vibrar nuevamente con Auster y pensé comprenderte con Baricco. Te tomé entre mis dedos y te hice mía: te ejercité a diario y en mis diarios, te practiqué en mala poesía. Te falté al respeto, pero volví a confiarte, y te dejé guiarme en mi día a día.

Y después de cuadernos y cuadernos, de páginas, tapas, de miles de capítulos, me di cuenta de que es por ti que soy quien he sido. Que recae en ti mi forma y contenido, mi intensidad tragedia, mi amor griego, mi pena romántica.

No quiero reclamarte nada. No estoy arrepentida ni concibo la vida sin tu especial mirada, pero es que, Literatura, me has jugado una mala pasada. Te mostraste inofensiva y eres droga malsana. Me has hecho vivir de vértigos, buscar los picos, encerrarme en círculos viciosos llenos de masoquismo.

Por ti soy una insatisfecha crónica, que siempre necesita más para sentirse viva. Porque tú me enseñaste que el amor es palabra y el sexo página; tú me mostraste que es mejor sufrir que no sentir nada; tú, soberana maestra, me hiciste pensar que letra es terapia.

Por ti he perdido amistades (ninguna que valiera tanto), he terminado relaciones (o debiera decir, me han terminado) y he saltado de sitio en sitio buscando mi espacio. Porque no soy sin ti y no soy para los otros. Porque nadie entiende que eres tú la que desgarras, la que deshaces y haces a tu antojo, la que me enseñó el otro lado de mi ficción. Porque para otros tus obras son eso, obras, mientras para mí no son otra cosa que hecho absoluto, única verdad, irremediable conjuro.

Sí, temo que por ti me quedaré sola al final. Temo que por culpa de tus moralejas no pueda nunca encajar en un mundo que me considera por demás intensa. Temo que por los años que te he dedicado la vida nunca me sabrá por completo y temo también que ya sea demasiado tarde, pero lo es.

No concibo dejarte de lado. Creo que a estas alturas no puedo ayudarme a superarte sino es con tu ayuda, contigo a mi lado, porque sólo con literatura logro salir del abismo. Sólo contigo puedo dejar mis tristezas, aprovecharlas, entenderlas; sólo contigo disfruto la euforia, valoro el amor, añoro la gloria. Sólo contigo, a mi lado, sobrevivo al cotidiano, aunque en realidad sea por ti que sufro tanto.


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Para ustedes, colegas, que seguramente sufren también de esta relación intensa que nos ha hecho unos inadaptados deformes que piensan que sólo lo que es "literario" vale la pena... Jajajaja :)

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