Soy un ser traído de Marte que come chile y toma mate; un extraterrestre al norte y al sur del Ecuador. Todos somos latinoamericanos, pero no somos iguales y esas diferencias a veces calan en lo más hondo. Soy la primera en mi familia en haber nacido en México; el resto son de Uruguay, y allá se mantienen la mayoría.
Ahora, si me lo preguntas, de entrada me defino mexicana, aunque en la práctica se nota que una parte importante de mi identidad se encuentra ese pequeño país del sur. Quizá como me siento dividida, diferente, extraña, aunque siempre tuve amigas, nunca tuve una especial; la mejor, que me acompañara por más de una temporada de mi vida. Creo que es debido a esto que, desde muy chica, acudí a los libros en busca de llenar el vacío de esa intimidad con otro tipo de amigos.
Sin embargo sería mentir el decir que mi romance con la palabra ocurrió a consecuencia de esto. Desde que aprendí a hablar nunca pude parar y a la fecha me recuerdan continuamente que paso más tiempo con la boca abierta que cerrada.
Creo que por ávida lectora me enamoré de la humanidad, pero no de los humanos. Mi primer gran affaire fue, probablemente, con La historia sin fin de Michael Ende. Por dos semanas no pude soltar el tomo que me hizo volar y conocer nuevas tierras. Desde entonces he leído y leído, siempre recordando lo que cada uno de esos libros me hizo sentir, aunque por momentos olvide las historias que contienen.
Soy una persona narrativa, con oído dulce y musical, por lo que por momentos, al tomar una pluma, me salen las rimas muy natural, aunque a veces preferiría evitarlas.
De adolescente me consideraba genial. Creo que más por ignorante que por soberbia. Hoy me siento en proceso de evolucionar. Con muchas opiniones, sin mucho que decir; por paradójico que esto suene.
En la primaria y en la secundaria yo era de las matadas; de las come libros; de las estudiosas amantes de las plumas y el olor a papel. En la carrera, Letras Hispánicas en la UNAM, también fui ratón de biblioteca, siempre leyendo, escribiendo… Obtenía lo que quería a base de trabajo, de esfuerzo, nunca perdía.
Y confieso que hasta hace poco ése era mi miedo más profundo: fracasar. Y no fue sino hasta que fracasé que decidí cambiar y reordenarme. Todavía me encuentro un poco aturdida por ese golpe, un poco confusa sobre la dirección que debo tomar.
No sé si es mi trastorno bipolar, mi norte-sur, mi identidad dividida, que me ha guiado en este viaje; pero hoy siento que este fracaso a la larga me dará las bases para tener un principio mejor.
No creo en Dios, aunque respeto a quien lo hace. No reflexiono sobre la existencia de aliens ni tengo un altar lleno de ídolos intelectuales.
No soy sabia ni un libro de referencias ejemplares, aunque tampoco ingenua y blanca, ni tan rebelde y despreocupada como en realidad me gustaría ser.
Creo en el trabajo duro, en la crítica, en la justicia y en levantarse. Creo en la honestidad, la música y las artes. Creo en la humanidad, pero no en los individuos que la componen.
Estoy amargada pues aunque el mundo es fantástico, la mayoría de la gente es una mierda; y aunque eso me aísla y me vuelve solitaria, me hace también más analítica y menos conformista.
Me emociona que hoy el planeta sea diminuto y podamos conocer gente que se encuentra en otro continente; me encanta la sensación de tomar un libro y no poder dejarlo; amo bailar y escuchar música, cocinar, coser, comer y cuidar a mis plantas.
Estoy estancada en un estilo, en una forma, y busco moverme, transformarme.
Estoy en un punto crítico: cambiar o morir. Usar el fracaso para superarme, ser autodidacta y seguir la filosofía del Do It Yourself. Avanzar, empatizar, entender. Dejarme doler para comprender, para ver, para sorprender-me con la materia de la vida.
1 comentario:
Interesante, muchas cosas que no sabia. Yo tambien pensaba que eras cool en la secundaria,
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