10/08/2009

La muerte de un refrigerador




Hoy le dijimos adiós al refrigerador. Llevaba días gimiendo moribundo y nosotros lo ignorábamos esperando dejara el berrinche al ver que no cumpliríamos con sus absurdas demandas. Pero era evidente que moriría y pronto.

Anoche su quejido se volvió más fuerte y nos dimos cuenta de que llevaba horas sin enfriar. Fabián le movió el termostato con la esperanza de que reaccionara y lo dejó descansar en privado, con la puerta de la cocina cerrada.

Hoy desperté a las cinco de la mañana, había olvidado por completo su terrible dolencia y cuando me acerqué a la cocina para hacer café lo escuché. Abrí su puerta y sentí su temperatura. No había caso. La fiebre le había subido muchísimo, el pobre sólo estaba sufriendo... y sufriendo... Tenía que apagarlo. Tenía que desconectarlo de la electricidad, de su miseria.

Cuando Fabián despertó y se lo dije se puso triste. Fuimos a verlo, a abrazarlo, después a llenarlo de hielo para que no se le echara todo a perder dentro, en lo que vemos qué hacer con su cuerpo.

El agua le escurre y con ella los recuerdos, todas esas veces que en los últimos 5 años, desde que me pertenece, abrí su puerta, coloqué un imán, pegué una foto. Lo extrañaremos y, más que eso, sentiremos el pesar en la cuenta de ahorros de la que, con urgencia, tendremos que sacar el dinero para reemplazarlo.

Adiós muy querido, adiós...

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